Thomas Hobbes y Jean-Jacques Rousseau, de arriba abajo
Viernes 13. Noche de cumpleaños y celebraciones. Día en que hay que felicitar a los pericos por su agónico empate y su pase a "semis" de la UEFA y resignarse por la derrota del Barça de basket. Faltó valentía y liderazgo.
Bien, hoy me apetece abrir una pequeña reflexión entorno a la naturaleza de ser humano.
El fin de semana pasado discutía con mi amiga María sobre la esencia humana. Sobre si el hombre (y la mujer) son buenos por naturaleza y es la sociedad quien los corrompe, como decía Rousseau, o si bien, los seres humanos somos seres egoístas con un incesante afán de poder y necesitamos de un Estado que nos controle, en una concepción más hobbesiana.
Mi posición era de la Hobbes. Dejando esta vez de lado la perspectiva colectiva y del contrato social, comparto con el filósofo inglés la idea que tiene del ser individual. Los humanos somos desconfiados y competitivos y vivimos en una guerra controlada de todos contra todos. Primamos nuestra supervivencia por encima de la de los demás. Cuando esa supervivencia está asegurada, viene la resta de necesidades de la pirámide de Maslow: aceptación social, autoestima y autorealización. Por todas ellas, competimos diariamente y en muchos casos, nuestro beneficio es un perjuicio para los demás, siendo la situación no óptimo paretiana.
Partiendo de esta premisa, resulta grande ver como cómo pueden converger los intereses individuales con los colectivos formándose acciones conjuntas de gran calado. De igual manera, resulta encomiable que como seres individuales e indivisibles podamos ser empáticos y solidarios, dispuestos a ayudar al vecino, muchas veces, sin pedir o esperar nada a cambio.
En definitiva y perdón por el vómito de ideas, que naciendo como personas egoístas que debemos luchar por nuestra supervivencia y nuestro bienestar (Hobbes) podemos llegar a ser buenos y contribuir por un bien común (Rousseau). ¿¿¿No es eso bonito???